La zoología fantástica de Emilio
Hugo Chaparro Valderrama
Laboratorios Frankenstein ©
Es posible descubrir la imagen de un caballo, que tal vez sea un perro o, quizás, un toro con aspecto de dragón, surgiendo en la plenitud de los trazos que moldean a las criaturas de Emilio. Animales inventados con libertad absoluta. Desconcertando a la visión sumergida por el rumbo interminable del laberinto fantástico en el que viven tatuados con sus pieles y colores. Con brazos que podrían ser tentáculos. Engendrando cabecitas diminutas de monstruos que son temibles por su discreción secreta cuando sorprenden al ojo del que parecen burlarse. Armados con la coraza de sus colmillos feroces, que quizás desaparecen cuando dejamos de verlos, esconden su dentadura y es posible que sonrían cuando están de nuevo a solas. Como las flores que adornan el prado en el que pasta una vaca con el lomo de un erizo -¿o acaso es un erizo que se parece a una vaca?-: flores de tallos delgados, que hacen guiños semejantes a los que haría un cíclope, sobresaliendo en sus pétalos los dientes inverosímiles que acaso tenga algún día una astromelia inocente, mutando por conveniencia para resistir el clima. En un mundo matizado por el contraste asombroso de sus colores intensos. Como figuras de un sueño. De una especie en la que están, como hermanitos de sangre, los alebrijes que corretean por México y que también nos descubren la zoología fantástica de una invención donde el límite es rechazar cualquier límite. Retando cualquier lógica. Aún mejor, inventándose otra lógica. La lógica que hace posible recordar al Minotauro, al Unicornio, a la Hidra, a la Mantícora o al Basilisco. Cuando cada generación revela sus temores o virtudes a través de sus criaturas fantásticas. “Hubo una época”, dice la Tortuga Artificial, que suspira inconsolable en un pasaje de Alicia en el país de las maravillas, impacientando a la niña por su extrema lentitud para hablar, “en la que yo fui una auténtica tortuga”. El Grifo, que conduce a Alicia hacia la roca donde la Tortuga llora, sabe que ella lo imagina todo y no le ha ocurrido ninguna desgracia. En realidad –o en la realidad de la fantasía–, aunque lo imagine todo, nosotros, como Alicia, también imaginamos todo cuando leemos la historia. ¿Qué importa si la Tortuga Artificial fue una tortuga auténtica? Nos interesa el momento en el que se transformó. Y sabemos cómo pudo ser el antes pero, sobre todo, el después de su metamorfosis porque conocemos la norma y nos gusta la excepción. Así sucede con la zoología fantástica de Emilio. Como la máscara que disfraza el rostro y nos sugiere a través de su apariencia, burlesca o distorsionada, los rasgos de un ser humano, Emilio puede trazar la imagen de un toro, que también es un caballo, un dragón o un perro: sabemos cuál es su apariencia y la invención nos sorprende cuando transforma la norma y nos ofrece la imagen de la excepción más insólita.
Sobre Emilio Morales Orozco
Emilio es un artista natural que desde niño manifestó un fuerte impulso creativo. Sus intereses se centraban en los papeles, lápices de colores, marcadores, tijeras, pegantes, más que en los juguetes. Rayaba, recortaba y pegaba sin sentido aparente, pero en todas sus producciones mostraba una gran fuerza expresiva. Poco a poco, estos garabatos fueron cobrando forma hasta transformarse en personas-flor, gatos y otros animales fantásticos. Hoy, a sus 19 años, Emilio ha desarrollado un lenguaje y estilo propios y cuenta con una profusa obra de dibujos en pequeños y medianos formatos. Felinos, toros, caballos, perros, peces, dragones, máscaras, indios de mil diseños y colores conforman las series que le dan variedad a su obra.
No pasa un día, ni siquiera más de dos horas, sin que Emilio tome un lápiz o un marcador para dibujar. Es que para él el dibujo es una necesidad, es su vida, su refugio y su ventana. La inspiración le llega de manera espontánea, no tiene modelos ni sigue tendencias. Sus dibujos brotan de su lápiz como si alguien se los dictara desde adentro.
A los 3 meses de edad sufrió un grave problema respiratorio que tuvo repercusiones neurológicas. Es así como Emilio tiene discapacidad cognitiva y si bien conoce y escribe las letras, las sílabas y los números, no logró integrar estos signos para formar palabras ni hacer cálculos. Él lee el mundo de otra forma, bajo sus propios códigos, y se expresa en su particular lenguaje del dibujo. La gran mayoría de sus dibujos están hechos con marcadores para ilustración y corrector líquido, la técnica que más se le facilita por el momento.
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