MÓNICA EZQUERRA O LA ENTRELÍNEA
Laia López Manrique
Cuando me enseñaron a leer, me adoctrinaron. Me hicieron ver lo autoevidente, lo plausible, lo tautológico, lo literal sin flujo ni reverso. Tuve que aprender sola a cambiar la dirección de los pasos, a sospechar, a multiplicar los sentidos y los nombres. Y no puede hacerlo sino de un modo circular e intestino: volviendo a leer otra vez lo ya leído.
Los collages de Mónica Ezquerra funcionan como un ejercicio de (des)relectura y como un preciso y sugerente estudio de entomología forense. Los artrópodos que analiza en sus obras, desde una acusada ironía, son los residuos del imaginario vehicular de nuestra cultura ligado a los cuerpos en relación con el deseo, con la norma y también, por supuesto, con la letra escrita. Mónica disecciona y hace revivir cadáveres mostrando la cesura que media entre lo representado y el margen de significados que alberga el mismo acto de la representación. Compone, a partir del desmembramiento, formas y seres poéticos, que llevan en sí como una coda el lenguaje, el cociente de lo que sobre ellos se ha dicho, pensado y escrito, y a la vez parece apelar a lo erótico como poder y desafío femenino que, tal y como defendía la escritora americana Audre Lorde, traspasa la esfera de lo meramente sexual.
Así como en sus fotografías Ezquerra explora la frontera de lo que podemos conocer a través del borrado y el velo que impone a las imágenes, en sus collages la rúbrica de los cuerpos es clara, total y afirmativa. Re-cortando y volviendo a conformar la vida del cuerpo, que se vuelve híbrido y fantástico, Mónica lo coloca ante nuestros ojos exigiendo una clase de mirada que huye de la recreación voyeur para captarnos desde la incomodidad y el distanciamiento. No nos hace asomarnos, sino que lanza ante nosotros una llamada, un asterisco, un grito que es al mismo tiempo el eco de una risa lejana y una celebración.